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Notas I. La filosofía y el lugar común

La filosofía que no se resigna a impuros manipuleos peligra satisfacerse sólo a sí misma. Fascinada por la precisión que logra al obedecer a estrictas normas técnicas, suele escoger con habilidad los problemas que le conviene afrontar. La importancia que les atribuye,o la urgencia que les concede, no admiten más criterio que la docilidad con la cual los problemas se someten a las exigencias del método celosamente elaborado.

Sorda, así, al enigma que la invoca desde la penumbra cotidiana, la filosofía desadvierte la interrogación opaca, inmoble y tosca, para rendirse ala ambición de soluciones elegantes y precisas.Sus pretensiones a un escrupuloso rigor de raciocinio corrompen esta filosofía más codiciosa de ser sutil que profunda, y más ingeniosa que obstinada.

La filosofía se enriquece a costa del abandono de la vida. El hombre, expoliado de sus naturales instrumentos por esa limitación ambiciosa, víctima inmolada a una estéril victoria, acepta como solución a sus problemas más urgentes la estructura en que se equilibran las presiones ejercidas por broznos resabios primitivos.

Sin embargo nuestra condición terrestre no tolera que el hombre desdeñe los problemas que descarta una filosofía envanecida con su integridad y su pureza;-si la filosofía claudica, los instintos desuncidos imperan con ingenua petulancia. La filosofía no puede ser solamente lucero de nocturnas vigilias. 

Para salvaguardarse de sus peligrosos triunfos, conviene que la filosofía acometa la meditación de lugares comunes. Este es el precio de su sanidad, y de la nuestra. 

En verdad nada más imprudente y necio que el común desdén del lugar común. 

Sin duda los lugares comunes enuncian proposiciones triviales, pero desdeñados como meros tópicos es confundir las soluciones insuficientes que proponen con las interrogaciones auténticas que incansablemente reiteran. Los lugares comunes no formulan las verdades de cualquiera, sino los problemas de todos.La sabiduría que la humanidad condensa en sus lugares comunes no es tanto la suma de sus aciertos,como la experiencia de sus inquietudes. Lo que el lugar común nos aporta es la evidencia de un problema, la incansable constancia de una interpelación permanente. 

Si caminásemos sobre un suelo estable, hacia una clara meta, los lugares comunes serían la doctrina certera del hombre; pero, en la estepa movediza,los lugares comunes recuerdan, a las generaciones nuevas, la universal tribulación de las generaciones pretéritas. La misma trivialidad de las soluciones nos mantiene, con saña tenaz, inmóviles ante la gravedad de los problemas que esconden.

La inmemorial reiteración de una fórmula insulsa sólo puede obedecer a exigencias profundas. 

Podemos discutir la validez de una solución aun cuando la ampare un acatamiento universal, pero la universalidad de un problema basta para probar su importancia, y el escepticismo mejor armado sólo puede lograr el traslado de su colocación aparente a su sitio verdadero.

Cualquiera que sea el disfraz que revista, el lugar común es una invitación tácita a cavar en su recinto.

Textos I. El sueño de los hombres

Carne del mundo, donde la carne resucita.

Es en el fracaso mismo; es en la oscura senda de su frustración y de su engaño; es en la materia deleznable, en la tierra friable, en la arena lábil; es en lo voluble, en la mudanza, en la blanda carne amenazada, donde el hombre halla el firme suelo de sus sueños.

Mito que el corazón añora y adivina, que el hombre ignora; pero que tal vez su terco fervor no desearía si no fuese prometido a su ardiente posesión.

Cantidad e importancia

Nada que se pueda sumar tiene fin que colme. 
Lo importante es inconmensurable plenitud.

Lo difícil

Lo difícil no es creer o dudar —en cualquier campo— sino medir la proporción exacta de nuestra auténtica fe o de nuestra auténtica duda.

Decisiones dementes

La decisión que no sea un poco demente no merece respeto.

El escritor y sus discipulos

Lo antipático en la obra del gran escritor es el elemento que anticipa y prefigura a sus discípulos.

La superioridad del estilo.

La única superioridad que no peligra encontrar una superioridad nueva que la eclipse es la del estilo.

Literatura y sociología

La historia de los géneros literarios admite explicaciones sociológicas. 
La historia de las obras no las admite.

La ciencia no educa porque no transmite del objeto que estudia sino la manera de utilizarlo. 

El derrotado no debe consolarse con las posibles retaliaciones de la historia, sino con la nuda excelencia de su causa.

No vale la pena escribir lo que no comienza parecíéndole falso al lector.

Los reaccionarios les procuramos a los bobos el placer de sentirse atrevidos pensadores de vanguardia.

No les demos a las opiniones estúpidas el placer de escandalizarnos. 

El moderno no tiene vida interior: apenas conflictos internos.

La historia parece reducirse a dos períodos alternos: súbita experiencia religiosa que propaga un tipo humano nuevo; lento proceso de desmantelamiento del tipo.

La noción de estilo esconde tres sentidos: propiedad de una expresión individual, sistema de formas, tipo especial de valor. 
Todo escrito puede tener estilo en el primer sentido, lo tiene inevitablemente en el segundo, alcanza a veces a tenerlo en el tercero.

Cuando el clima intelectual donde algo acontece carece de originalidad, el acontecimiento sólo tiene interés para los que concierne físicamente.

El único placer puro es el hallazgo de una idea.

No siempre distinguimos lo que hiere nuestra delicadeza de lo que irrita nuestra envidia.

La relatividad del gusto es disculpa que adoptan las épocas que lo tienen malo.